El título Selva roja sugiere una representación de la naturaleza en su forma más cruda y visceral, donde el rojo predomina como símbolo de vitalidad, peligro, o incluso pasión. Este color se despliega a lo largo de la obra en trazos rápidos y decididos que se entrelazan con otros colores cálidos y fríos, creando una tensión entre lo orgánico y lo emocional. Los tonos de amarillo, verde, azul y naranja se fusionan y chocan entre sí, evocando la flora exuberante y el caos de formas vegetales en un entorno selvático.
El carácter gestual de la obra, con pinceladas amplias y enérgicas que cruzan el lienzo en varias direcciones, sugiere una sensación de movimiento constante, como si la selva estuviera viva y en proceso de transformación. Esta sensación de dinamismo es reforzada por la aplicación de la pintura en capas gruesas, que añade textura y profundidad, creando una experiencia casi táctil para el espectador.
A pesar del caos aparente, hay una estructura subyacente que emerge en los arcos y líneas que cruzan el bastidor, capturando la esencia del crecimiento y el enmarañamiento de las plantas selváticas. Los trazos rojos, en particular, parecen formar una especie de espina dorsal o estructura central, dando cohesión a la composición y recordando al espectador que, en la naturaleza, incluso en su estado más caótico, siempre hay un orden oculto.
El gran formato de la obra refuerza su impacto visual. Al estar frente a esta inmensa pieza, el espectador se siente inmerso en la selva abstracta que ha creado el artista. Es una experiencia envolvente que invita a explorar los detalles, a perderse en las intersecciones de color y textura, y a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza.
Selva roja es una celebración de la vida en su estado más puro, una explosión visual que captura tanto la belleza como el caos de la naturaleza, invitando al espectador a sumergirse en un mundo de energía y color donde la pasión y la naturaleza se entrelazan de manera inseparable.